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EL EVANGELIO DE CRISTO
22 Por qué los judíos no admitieron
la fe
Recojo el reto en el origen
de este análisis del pensamiento de Cristo en Pablo respecto a
la relación entre la Fe y las Obras, terreno en el que Lutero
y la Reforma encontraron un argumento decisivo para Desobedecer
a Dios y romper la Unidad pedida a las iglesias bajo Mandato.
En Lutero, el Papa y el
Diablo traté de dibujar al hombre bajo la carne, y puse sobre
la mesa las circunstancias que dieron pie a la reacción del hombre,
ante las que cualquiera de nosotros hubiera reaccionado acorde
a la sangre en fuego que se merecían los acontecimientos. La conclusión
tras la lectura de ambas realidades es que no se puede llegar
a un juicio final por nuestra parte en función de la complejidad
a que la Humanidad fue sometida a raíz de la Caída. Las fuerzas
que se movieron alrededor de los actores de la Historia Universal
superaron sus capacidades de entendimiento, y en cuanto sobrepasados
por ellas su consciencia respecto a la verdadera naturaleza de
sus acciones no se realizó jamás desde un pleno conocimiento de
causa. Lo dijo Dios Hijo Unigénito desde su Cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Tampoco Lutero sabía lo que
hacía cuando puso su verdad sobre la Iglesia y buscó su imperio
aún a costa de meterle fuego al mundo entero. Ahora bien, esto
no quiere decir que la verdad de Lutero estuviese desprovista
de sentido divino, como se deduce de la conquista por el catolicismo
de la reforma eclesiástica que estuvo en el origen “de la Reforma”.
Es una pena que el Papado no moviera ficha sino a costa de la
división del reino de Dios. El Señor es quien juzga a sus siervos,
pero si por el mero hecho de ser su siervo alguno se cree que
tiene licencia para escupirle en el rostro al Espíritu Santo y
tirar la Gloria de Dios Padre en el barro de las inmundicias a
que acostumbrara la iglesia romana a la cristiandad, que ése se
prepara para la sorpresa cuando el mismo que dijera que vendrían
del oriente y del occidente y se sentarían alrededor de la mesa
del Señor mientras los propios hijos del reino serían expulsados,
que ése se prepare para la sorpresa, porque si los propios hijos
de Dios son arrojados a las Tinieblas ¡con cuánto más terror debe
conducirse un siervo aquí en la Tierra !
Sin embargo el juego demoníaco
de utilizar el Amor contra el Temor debidos a Dios ha sido el
arma letal que siervos de todas las condiciones y estratos eclesiásticos
han venido utilizando para pervertir la Fe y alimentarse de las
propias ovejas hacia las que tienen por Contrato el Deber de apacentarlas
por tiernos pastos de salud y vida. El ejemplo del destino de
los judíos del Siglo de Cristo debiera ser suficiente para que
los pastores de la cristiandad andasen en terror continuo a costa
del delito que todas han cometido contra la Unidad Sempiterna
a cuyo Orden Sagrado sujetó Dios el Cuerpo de su Hijo, nuestro
amadísimo Rey y Padre, Jesucristo. Porque si Dios no perdonó su
delito a los hijos de su amadísimo Amigo Abraham ¡en base a qué
la descendencia carnal de bárbaros ha de creerse más y, aun imitando
al Diablo, ser capaz de escapar a la suerte del Maligno!
Dios sólo tiene una Regla. Su
Justicia es Una para todos sus siervos, hijos y naciones. Todos
los pueblos de su Reino Universal están sujetos a una misma Ley
Eterna. No hay excepción. Cuando el sol sale, sale para todos,
sin excepción. Y cuando las tinieblas golpean, golpean sobre todos,
sin excepción. El huracán no hace excepción entre cristiano y
judío, ni entre ateo y musulmán. Así la Justicia del Padre de
todas las criaturas. El mismo que no perdonó a su Unigénito y
Primogénito por quebrantar la Ley de Moisés, que obligaba a toda
la descendencia carnal de Abraham, delito penado con la Cruz desde
los días de Moisés, Ese mismo Dios Eterno hizo cumplir la Justicia
contra quienes no escucharon al Mesías cuya Venida ese mismo Moisés
les profetizara.
La complejidad de la Mente Divina,
pues, será el factor a tener en cuenta a la hora de cualquier
análisis del Libro que en su Mente, independientemente del nombre
de los escribas a su servicio, ya lo mismo Pablo que Juan, concibiera
Dios Padre, el corazón puesto en la Salvación Universal de todos
los pueblos de la Tierra. No en vano, por consiguiente, desde
su Cruz, dijera su Unigénito: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Pues cualquiera de
nosotros en las circunstancias y situación bajo las que Cristo
Jesús viviera, cualquiera de nosotros habría sido actor pasivo
en el Drama de la Batalla Final entre los hijos de Dios, y en
tanto que actores pasivos hubiéramos también gritado con aquéllos:
Crucifícalo, crucifícalo.
Pues ¿qué diremos? Que los gentiles, que no perseguían la justicia, alcanzaron la justicia, es decir la justicia por la fe
Por la Fe de Cristo Jesús, por
la Fe de Abraham, por la Fe de Moisés, por la Fe de Adán, quienes,
a pesar de los hechos que les rodeaban, mantuvieron viva a través
de los milenios la Esperanza de Salvación Universal, en orden
a la cual la Humanidad, una vez redimida, levantaría la Cabeza
y dada a elegir entre el Cielo y el Infierno, entre el Bien y
el Mal, entre Dios y el Diablo: sin pensarlo a su Creador levantaría
su alma y haciéndose una sola cosa con Su Salvador desterraría
de su carne la Obra que la Muerte construyera en ella a raíz de
la Caída. Esta Justicia Divina en la que el Amor infinito de Dios
por su Creación se hacía carne en Set y su descendencia, viajando
en la sangre de los Profetas desde Moisés hasta Cristo, golpeó
a dos bandas sin poder detener el curso de su ley, que de todos
los hombres, lo mismo de judíos que de gentiles, hizo juguetes
y actores de comparsa de una Batalla Final en cuyo desenlace el
Futuro de esa misma Creación entera estaba en juego. No en vano
Dios eligió por Campeón de su Causa al Hijo de sus entrañas increadas.
Pues todos nosotros no somos más que barro, Pinochos por la sobrenaturaleza
de nuestro Creador viviendo el sueño de devenir seres vivos a
imagen y semejanza de su padre y creador, nuestro Rey sempiterno
Jesucristo. ¡Qué hijo de hembra humana hubiera podido sostener
en sus brazos la Maza con la que Dios juró aplastarle la cabeza
al enemigo que le había salido a su Reino! ¿Acaso no confiesa
la propia Biblia que desde Adán jamás nació hombre alguno que
pudiera desatarle la correa de la sandalia a ese mismo Adán? Cuatro
milenios después, los hijos de aquella generación y mundo andando
por el polvo de la ignorancia infinita a que los condujo la Caída,
¡que entraña sino la del propio Dios Eterno hubiera podido parir
al Héroe por el que suspiraba nuestra alma, el Campeón todopoderoso
e Invencible que corriendo en tromba se lanzaría contra el asesino
de nuestros padres sin ofrecer más misericordia que el pago a
tal infernal delito! ¡Qué hijo de hombre sino el que Dios mismo
nos suscitara de sus entrañas hubiera podido mirar cara a cara
al Diablo, y sin inmutarse siquiera ante la presencia del Príncipe
de las tinieblas darle por toda respuesta aquel: “Vete Satán,
que tus días se cuentan ya por horas”. ¿Quién, ya entre los judíos
o los gentiles, podía imaginarse que Jesús caminaba hacia la Cruz?
¿Acaso los propios Discípulos no corrieron como ratas huyendo
del fuego cuando los dos campeones, el del Cielo y el del Infierno,
se abalanzaron el uno sobre el otro? De Dios sólo es la Gloria
de la Victoria, El dio Héroe y Maza, Brazo y Hacha. Y a El Sólo
le debemos todo Honor y toda Gloria; y sobre cualquiera, hijo
o siervo, pastor o fiel, que reclame para sí agradecimiento y
fidelidad, sobre su cabeza el delito. Alcanzamos la Fe no por
nuestros méritos, sino por la Gloria del Dios de la Eternidad.
Si a esto es lo que se refería Lutero cuando pusiera la fe sobre
las obras, bendita su boca y benditas las orejas que le dieron
oídos.
mientras que Israel, siguiendo la ley de la justicia no alcanzó la Ley
Ni Israel ni nadie hubieran
podido alcanzarla, como se desprende de lo dicho y se ve del Hecho
de la Necesidad de la Encarnación. Pues si la Victoria hubiera
sido posible mediante la Elección no de su Unigénito, en este
caso San Pablo no podría firmar lo escrito, y estarían en lo cierto
quienes afirman que el hombre puede por sí solo alcanzar la gloria
que se les negara a los héroes de muy antiguo. Era imposible que
ya Israel ya Roma o ambas a la vez apoyándose la una en la otra
hubieran podido aplastarle la Cabeza al Maligno y Fundar el Reino
de Dios en el espíritu y el verdadero conocimiento de Dios, es
decir, en la Fe. Pues la ley de la justicia revelada en Moisés
miraba a la justicia por la fe encarnada en Cristo Jesús, de aquí
que al venir el Mesías su Profeta, el hijo de Isabel y Zacarías,
se retirara de la escena, figura del final de contrato que Abraham
firmó en nombre de su descendencia, de esta manera dando paso
una ley a otra ley, ésta infinitamente más excelsa y gloriosa
cuando que “el que viene de arriba está sobre todos”.
¿Y por qué? Porque no fue por el camino de la fe, sino por el de las obras.
Tropezaron con la piedra de escándalo
Las obras de la ley estaban
prefijadas y por su camino era imposible que la Humanidad recibiese
otra cosa que el desprecio de parte de quienes nacían bajo su
justicia. Desprecio que con el paso de los siglos se hizo parte
de la mentalidad del judío y levantó entre judíos y gentiles el
muro de enemistad que aún en nuestros días perdura. Pero la Caída
implicó a toda la Humanidad y cuando Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza, estaba mirando
a todo el Género Humano. Siendo así que la Ley de Moisés miraba
exclusivamente al individuo, Israel, y se despreocupaba del Género
Humano, mientras existiese esa justicia de la salvación por las
obras de la ley era imposible que el Muro entre el Creador y su
Criatura cayese. Razón por la cual esta Caída había de ser causa
de escándalo para aquéllos en quienes el desprecio por la Humanidad
había venido a ser parte natural de su conducta. Cegados, pues,
por lo que ellos creían el fracaso de Dios para llevar adelante
su Palabra: la Formación del Género Humano a la imagen y semejanza
de sus hijos, los judíos, sin saberlo, cometían un terrible delito
al negar el Todopoder del mismo que los salvara de Egipto. Pues
no puede ser que habiendo creado el Universo y siendo la Sagrada
Escritura la Historia del Género Humano, sobre cuyas familias
extendió Dios su Mano, acontecimiento exterior a la Voluntad Divina
pudiera impedir que su Palabra se cumpliese. La locura de los
Rebeldes, a quienes les diera Satán su boca, deviniendo él en
persona la Cabeza de la Serpiente, estuvo en creer que la Voluntad
Universal de Dios podía ser cercenada. Arruinadas sus inteligencias
por las pasiones infernales contra las que Dios creara a Adán,
sus mentes eran incapaces de comprender que el Todopoder Divino
no puede ser limitado por nada ni nadie. Consumada la locura maligna,
el replanteamiento del Proyecto Universal imponía unas necesidades
históricas vitales imposibles de dar de lado. Israel, una vez
asentado en su individualismo nacional, cegado por la ley de las
obras, fue profundizando cada siglo más en el abismo en cuyo fondo
pusieran la piedra de su ruina los demonios malditos que causaron
la Caída de Adán. De manera que al llegar Cristo la ruptura entre
Israel y la Humanidad se había hecho tan profunda y vasta que
por fuerza los judíos habían de partirse la cabeza contra la Fe
de la redención del Género Humano y la Fundación del reino de
Dios sobre la Piedra del cristianismo.
Según está escrito: He aquí que pongo en Sión una piedra de tropiezo, una
piedra de escándalo, y el que creyere en El no será confundido.
Escándalo para los judíos había
de ser, ciertamente, que Dios echase abajo el Muro entre El y
su Creación, y dando por consumado el Contrato con Moisés, extendiese
otro ante la Humanidad, a ser firmado por Cristo Jesús en el Nombre
de todas las familias de la Tierra. Cuyos términos salvíficos
universales lo acabamos de leer: “El que creyere en El no será
confundido”. Es decir: “El que cree en el Hijo tiene la vida eterna”.
¿Por qué ley? ¿Por la de las obras? Sí, por supuesto. Pero por
las Obras de Dios, no por las humanas. Dios es quien dijo e hizo;
y su Voluntad era y es “que todo el que ve al Hijo y cree en El
tenga la vida eterna”. La Ley fue dada para anunciar la Fe, para
prepararle el Camino, pero una vez hecha carne la Ley seguía a
Juan, hijo de Zacarías, hijo de Abías, hijo de Aarón, al calabozo
donde habría de sufrir Israel la suerte de sus profetas.
Hermanos, a ellos va el afecto de mi corazón y por ellos se dirigen mis súplicas, para que sean salvos.
Ahora bien, la condenación por
el Delito de Crucifixión y Persecución quedó sujeto a pena y no
a Destierro eterno; algo que ya anunciara el propio Dios en muchas
ocasiones profetizando la suerte de Israel y su restauración en
el Espíritu al final de los tiempos. No porque el Apóstol hebreo
de nacimiento y judío de crianza lo diga, sino porque se deduce
de la misma justicia de la Fe.
Yo declaro en favor suyo que tienen celo por Dios, pero no según la ciencia;
Así es. Fue la ignorancia, a
la que el mundo entero quedó sujeto tras la Caída, la fuerza que
arrastrara a los judíos a rebelarse contra el Plan de Salvación
de Dios. Pues la Ley de Moisés garantizaba la salvación del alma
a quien viviera bajo su norma, pero en ningún caso prometía la
ciencia que viene del verdadero conocimiento de la Divinidad a
los hijos de Abraham. No teniendo más justicia salvadora que la
que les venía de las obras de la Ley su celo por Dios era animal,
puro instinto de supervivencia, en ningún caso fruto del espíritu
de sabiduría e inteligencia, espíritu de entendimiento y fortaleza,
de consejo y temor de Yavé, árbol que por la Fe produce el fruto
de la verdadera ciencia del conocimiento de Dios. Y no teniendo
más conocimiento que el que la Ley les proveía era imposible que
pudiesen conocer la Justicia Universal que en su mente había predeterminado
ofrecerle al Género Humano cuando llegase el Día de la libertad
de sus hijos.
porque ignorando la justicia de Dios y buscando afirmar la propia no se sometieron
a la justicia de Dios,
No podían. Lo increíble hubiese
sido lo contrario, que el Maligno hubiese triunfado sobre Jesús
y los hijos rebeldes de Dios sobre su Reino, imponiéndole al Todopoderoso
su idea infernal de la Creación, o que los Discípulos no hubiesen
salido corriendo, o que el mar Rojo no se hubiese abierto y Juan
no se hubiese retirado al calabozo para que le cortasen la cabeza.
Determinado desde el Principio el Duelo a muerte entre el heredero
de Eva y el Campeón de los Rebeldes, Cabeza de la Serpiente, Satán,
el Maligno, todos los hombres, lo mismo judíos que gentiles quedaron
abocados a ser meras comparsas alrededor del ring donde se enfrentarían
a muerte el hijo de David y el príncipe de las tinieblas.
porque el fin de la Ley es Cristo, para la justificación de todo el que cree
Más claro, imposible
Pues Moisés escribe que el hombre que cumpliere la justicia de la Ley vivirá
en ella.
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